lunedì 19 dicembre 2011

La crisis de la salud mental, de Enrique González Duro


Artículo de E. González Duro, psiquiatra, profesor universitario y escritor español. Ha trabajado durante más de treinta años en la asistencia pública y fue uno de los principales protagonistas del movimiento anti-institucional de los años setenta. Este artículo, escrito en abril de 1999, hace un recorrido histórico por la psiquiatría española desde los años setenta.

En la España de los años 70 se cuestionó radicalmente la función de la psiquiatría tradicional, se criticó su academicismo inmovilista y se planteó el desmantelamiento del manicomio, su principal sostén institucional. Se luchó duramente y, frente a lo existente, se forjaron alternativas teóricas y prácticas, que se pretendían acordes con las necesidades de una sociedad que se modernizaba a marchas forzadas. Durante la transición democrática, se fue generando un reordenamiento sociopolítico de toda la problemática relacionada con la enfermedad mental y la salud, que fue el inicio de la constitución de un nuevo ámbito disciplinario denominado “salud mental”. Se postulaba la salud mental como un conjunto de saberes y técnicas diversas, que habría de operar fuera del manicomio, con la activa participación del paciente y de la comunidad. Pero sus metas iban más allá del tratamiento de la enfermedad, debiendo además prevenir los riesgos de padecerla y promocionando el bienestar psíquico de la población.

La práctica de la salud mental se implementó en España mucho más tarde que en otros países occidentales, donde los movimientos de reforma psiquiátrica se habían iniciado tras la Segunda Guerra Mundial. En Inglaterra surgió la “comunidad terapéutica” como alternativa o reconversión del hospital psiquiátrico y se desarrollaron importantes programas de resocialización y reintegración social de los enfermos internados, todo ello englobado en una Psiquiatría Social potenciada por el Estado. En Francia la humanización de los hospitales psiquiátricos fue el punto de partida para el desarrollo de la Psicoterapia Institucional y de la posterior Psiquiatría del Sector, asumida e impulsada por el propio Gobierno. En Estados Unidos, Kennedy puso en marcha un ambicioso programa de Psiquiatría Comunitaria, consistente en la creación de numerosos centros comunitarios de salud mental y coincidente con la externalización masiva de enfermos internados en los hospitales psiquiátricos. La actividad de esos centros se fue haciendo cada vez menos médica, introduciendo, por la vía de la prevención y de equipos multidisciplinarios, un nuevo modelo de intervención sobre los problemas psicosociales de la comunidad. Y en Italia se negaba el manicomio, al tiempo que se ejercía una práctica despsiquiatrizante en el territorio.

Desde los años 60 la reforma psiquiátrica emprendida en esos países fue desplazando el eje de la asistencia desde el hospital psiquiátrico al trabajo con la población afectada. Lo que supuso una cierta descomposición de la psiquiatría y la recomposición de una nueva disciplina de lo mental, de nuevas políticas de salud mental. Si tradicionalmente la psiquiatría teorizaba e institucionalizaba la locura, ahora los dispositivos de salud mental debían cubrir prioritariamente tres conjuntos de demandas: aquellos que se desviaban del comportamiento social normativo (psicóticos, alcohólicos, toxicómanos, psicópatas, etc.); los que por distintas razones fracasaban en su adaptación social (neuróticos, depresivos, deficientes mentales ligeros, etc…), y los que presentaban mayor riesgo de enfermar (personas en situaciones críticas, grupos de edad avanzada, etc…). Cualquiera de estos padecimientos podía ser aislado de su contexto y tratado como enfermedad, significando una respuesta psiquiatrizante, o por el contrario, podía ser contextualizado como un desarrollo conflictivo y tratado con intervenciones psicosociales, significando una respuesta típica de la salud mental. Las políticas de salud mental comunitaria pretendían operar sobre conjuntos sociales, con intervenciones tendentes a reforzar el compromiso comunitario y la solidaridad grupal, sin descuidar la asistencia técnica a los más afectados (1). Ciertamente, eran otros tiempos…

Con los equipos multidisciplinarios se quería la integración de saberes diversos y la superación de distintas profesiones, para lograr un nuevo orden disciplinar abarcativo de prácticas diferenciadas. Aunque la hegemonía ideológica de la salud mental no significó de hecho una novedosa disciplina, sino más bien una “transdisciplina”, o sea, la simple aceptación de superponer, adicionar enfoques y prácticas diferentes, manteniendo su heterogeneidad y evitando toda ilusión unitaria. De modo que las nuevas prácticas comunitarias no supusieron la superación o la anulación de las que antes se ejercían, sino que quedaban en reserva y podrían ser re-actualizadas en cualquier momento. Se había esperado que el equipo de salud mental, al reunir las diferentes dimensiones que intervenían en la salud y en la enfermedad mental, unificase conocimientos, pues, por adición, esas dimensiones contenían la posibilidad de un discurso totalizante. Pero no es eso lo que ha ocurrido, en la medida en que el equipo no elabora su propia praxis, sino que sólo debe ejecutar lo planificado desde instancias superiores, que definen los criterios nosográficos, las frecuencias de las visitas, el porcentaje de las intervenciones, el tiempo de atención al paciente, etc… Con frecuencia, cada profesional reivindica su enfoque como totalidad y no se asume como especialista de algo que es parcial… La nueva “transdisciplina” de lo mental la define el planificador o programador, a través de las políticas de salud mental que diseña.

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http://puntodefuga.org/la-crisis-de-la-salud-mental-de-enrique-gonzalez-duro

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